FLOTAR SIN PENSAR
Anticiparse, controlar, saber prevenir, pueden ser buenas consignas en determinados ámbitos de la vida, pero en otros estas premisas resultan más un impedimento para que surja el disfrute que una recurso útil. Dejarse llevar, ceder el control al otro, fluir con lo que el día a día va trayendo puede constituir una experiencia que nos permita cambiar el estado de alerta permanente por el relax. "Esto es propio de gente inconsciente", dirán muchos. Puede. Pero, ¿cuántas cosas importantes dependen auténticamente de mí? ¿Fue mi voluntad la que eligió nacer en el primer mundo y no en la India? ¿La que escogió la familia que tengo? ¿Cuántas cuestiones básicas están realmente bajo mi control? Actualmente creo que pocas. Y me pregunto si puedo vivir como si flotara boca arriba sobre el agua del mar como hago en verano. En esos breves instantes siento intensamente el sol en el trozo de mis mejillas que ha quedado sin sumergir, noto el vaivén del agua acariciándome la piel y cómo los músculos se van destensando, al tiempo que mi mente baja el volumen de mis pensamientos. Dicen los expertos que producimos decenas de miles de pensamientos al día, pero el 95% de ellos son iguales a los del día anterior. Es decir, soy un disco rayado. O le doy vueltas al pasado que ya no puedo cambiar o me dedico a predecir el futuro que quién sabe lo que deparará. Se trata de encontrar un equilibrio entre ser capaces de tomar las riendas de nuestra propia vida y tener la capacidad de entregarse a ella sin más.
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