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Mostrando entradas de julio, 2015

HUIR HACIA LA NADA

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Contemplaba el bebé embelesado. No se atrevía ni a respirar para así congelar mejor ese momento en su memoria, en su corazón, en su cuerpo... Guardar todas las sensaciones, imágenes y pensamientos que despertaba. Observaba cada detalle de su piel blanca y fina. Una piel que, sin haberla tocado, se adivinaba suave, demasiado sensible y sin ninguna protección. Tenía unas piernas muy delgadas que quedaban dobladas como un renacuajo creando unos dulces y atractivos pliegues, unos surcos llenos de frescor. Le fascinaba el perfecto dibujo de sus ojos almendrados, sus largas pestañas siendo todo él tan pequeño y sin aún haber visto nunca la luz del sol. Gesticulaba con la boca poniendo los labios en forma de beso mientras dormía plácidamente en la cuna del hospital. Se moría de ganas de acariciar esos piececillos, tan perfectos. Ahora parecía imposible pensar que irían deformándose con el paso del tiempo y el peso de andar por la vida: juanetes, duricias, callos... Ahora en cambio las uñas

EL TIEMPO

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El tiempo. El tiempo es todo lo que tenemos. Intangible y a la vez visible en cada gesto, en las arrugas de cada rostro, en el cuerpo que se ablanda, que se curva... ¡Bendita memoria que nos permite viajar a través de los años recuperando lo vivido! Si no fuera por ella, ¿qué sería de nosotros? ¿Qué sería de mí hoy que siento haber vivido lo mejor que había reservado para mí en esta vida? Pero esta nostalgia de lo pasado no es nueva. Como me decía el Dr. Devroede, debe ser una melancolía sistémiva, porque recuerdo con tan sólo cuatro años ya lamentaba no tener la capacidad de congelar los buenos momentos y detenerme en ellos para siempre o al menos a voluntad. Me negaba a aceptar que estos una vez saboreados o no, se desvanecen inexorablemente para siempre.  El tiempo es como un río que nos arrastra hacia la muerte, hacia lo desconocido, hacia ninguna parte y escribir me consuela. Es mi forma de construir diques para recoger esos instantes de la vida que siento que se