LÍMITES Y ABISMOS

Sentía que había llegado al final de un camino, que había alcanzado la cima de una montaña... Podía avanzar, pero había el peligro de caerse. Además con la altura y el esfuerzo se había mareado ligeramente. Miraba hacia abajo y parecía que el mundo había empequeñecido de golpe. A su alrededor había otras personas que escalaban otras cimas como ella había hecho, pero parecían muñequitos articulados pegados a una pared. 
Hacía un sol que rejuvenecía por dentro. El aire no era frío. Se sentó en la roca y cerró los ojos. En su interior todo empezó a dar vueltas como si se hubiera sumergido en una centrifugadora. Las imágenes se sucedían una tras otra, pero se detuvo en una que especialmente relacionada con lo que ahora experimentaba. Bailaba con los ojos cerrados, necesitaba buscar el apoyo de la pared y cada paso que daba dirigiéndose hacia donde creía que se situaba el límite era un salto al abismo, un abismo como el que estaba ahora ante ella. Cada pequeño avance estaba lleno de coraje porque había que superar el miedo y la parálisis de la duda una y otra vez. La sensación de vértigo se detuvo en seco cuando su mano sintió el frío de la pared. La acarició sintiendo cada roce con placer, después siguió disfrutando de ese contacto primero con la espalda, después con las piernas, los brazos... Celia la vigilaba atentamente y gracias a esa mirada ella podía soltarse. Le llegaba su protección. Volvió a abrir los ojos, contempló el cielo, palpó la roca y sonrió. El camino no estaba lleno de soledad. La música sonaba en su interior y el exterior estaba lleno de belleza. 

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