NADIE ME ENTIENDE

La portada de la novela "Nadie me entiende" Ed. Luciérnaga 

La muerte siempre nos sorprende. De la manera más inesperada te hace abrir los ojos a un mundo que de repente desconoces. Te despiertas tras el shock y contemplas los problemas, las personas, la vida, con unos nuevos ojos. De repente te das cuenta que estás en una sociedad que vive de espaldas a la muerte, como si no fuera algo que formara parte de la existencia de todos. Todos tienen prisa por dejarla atrás. Van a un entierro con ganas de salir corriendo lo antes posible. Quieren escapar de la muerte y de lo que supone pensar en ella.  Y quien está ante ella se siente tan vulnerable, y a la vez tan solo, que no puede ni permitirse llorar acompañado. Hoy en día no tenemos permiso para morir. Morir se asocia al fracaso. Tampoco la sociedad permite mostrar el dolor por la pérdida de un ser querido. Recuerdo que al poco de morir mi hijo David, yo caminaba por la calle como un zombie, es verdad, pero aun así me daba cuenta de que muchas personas que me conocían y que yo creía que eran amigas mías cambiaban sutil y dismuladamente de acera para no tener que cruzarse conmigo.  Para no tener que preguntarme cómo estaba, para no toparse con la muerte… Otras, en cambio –y no sé qué es peor–, sin tener el valor de mirarme a los ojos, sin ponerse ni por un momento en mi lugar, se atrevían a decirme qué era lo que tenía que hacer para ponerme bien. Me han repetido una y otra vez frases del tipo: «tienes que ser fuerte»; «tienes dos hijos más»; «la vida continua»... Y tú las morderías, pero te callas y encajas. Lo más que haces es rebelarte contra todo esto aislándote en tu habitación y negándote a ver a nadie. 


 

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