LA BELLEZA DEL UNIVERSO

Algunos días acabo preguntándome qué quiero poner de bello en mi vida para nutrir y nutrirme. Quiero la belleza que está en mi hija, la que siento en mis amigos, la que me dan los momentos de intimidad que comparto, la que me regala la danza, la música, el cine.. Durante el curso de acompañamiento al duelo en el centro VIDA impartido por Mónica Cunill también podía acariciar esta belleza que anhelo en la comunión de almas que llegó a producirse entre todas las mujeres del grupo. Era como si hablando de la muerte y del dolor que ésta despierta, pudiéramos adentrarnos , cogidas de la mano y sosteniéndonos las unas en las otras, en el gran misterio de la vida. La compasión era nuestro guía en un universo absurdo que en esos momentos se llenó de sentido. El latido invisible de la vida y de la muerte se confundía con el de nuestro corazón porque lo teníamos todas tan abierto que parecía que llevábamos dentro a la humanidad entera sin que nos pesara. Yo sentía un profundo respeto por las personas que sufren y luchan por seguir adelante. Me parecían héroes. Me admiran también las aquellas que son capaces de acompañar a otras en el trance de llorar a un ser querido y ayudan a recuperar el amor por la vida. Durante los días del taller estuvimos con los pies en la tierra y el alma mirando hacia una especie de fuerza que se imponía a mí mediante unos profundos escalofríos. Era como percibir lo invisible. Hablar de la muerte nos llevaba a enraizarnos cada vez más en la vida y en el presente. A descubrir de nuevo el privilegio que supone estar vivo. A transmitir nuestro coraje a aquellos que les falta porque se miran demasiado a sí mismos hasta dejar de percibir la belleza del universo y sus misterios. 

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