TODO ESTÁ EN SU SITIO

Cuando veo esta foto con mi hija siempre me sonrío. No sólo porque estamos espachurradas en el sofá relajadas y contentas, sino por todo lo que estaba aconteciendo alrededor. Era un 24 de agosto. Nunca me acuerdo de las fechas ni de los años en que me pasaron las cosas salvo raras excepciones. Lo sé porque era el cumpleaños de mi madre, no me preguntes de qué año. Debían ser sobre las ocho de la noche y mi hija y yo estábamos esperando divertidas ante la perspectiva de ir a cenar con mi madre, su marido y mi hermano a un restaurante cercano a la playa de la Barceloneta. Eva lleva un vestido blanco que le compré para ir a la boda de mi prima. Esa noche debí hacérselo poner para aprovecharlo, aunque ella destestaba las faldas y los vestidos. Sólo quería pantalones porque decía que en el colegio los niños se dedicaban a levantarle la falda. También recuerdo como una lucha el hecho de encontrar un vestido que le gustara para ir a la boda. Costaba alejarse de lo cursi. Las sandalias también fueron otra batalla que ahora mismo no sé si acabó venciendo su padre. Las bodas siempre me estresan, tanto que en esta en concreto me puse a 39 de fiebre... Estaba en la cama, tenía el vaso de agua al lado y no podía sacar la mano de debajo de la sábana para beber aunque estaba sedienta. No me quedaban fuerzas pero no deliraba cuando le dije a mi madre que se llevara a Eva y que a mí me dejara en un  hospital. Tenía necesidad de que alguien se hiciera cargo de mí y de olvidarme de todas las responsabilidades y del mundo por unos días... O para siempre. Llegué a la conclusión que esas anginas inoportunas no eran fruto de la casualidad, sino de mis contradicciones ante el amor y la pareja. En ese etapa la separación del padre de Eva aún estaba muy presente en todos los aspectos de mi vida, aunque ya habían pasado unos años. Pero ante algunos acontecimiento nuestra mente congela el tiempo.
El chaleco que visto en esta foto me lo regaló mi madre, pero yo siempre me lo he puesto de camisa. Me gustaba porque me ceñía la cintura presentándome delgada y sexy. Sigue en mi armario, pero ahora lo intento abrochar y me es imposible. Tal vez por eso hoy me veo bellísima en esta foto con la falda larga de tubo negra y el rastro del sol en mis mejillas así como en las de Eva. Más delgada, sin arrugas ni bolsas en los ojos, tranquila... Nada de lo malo que ha sucedido después flotaba en el ambiente. ¡Qué alivio! ¿Quien pudiera regresar a este instante aunque fuera por unos segundos? Ahora en perspectiva siento que en ese momento, a diferencia de lo que me ocurre hoy, todo estaba en su sitio. 
En cambio ya por entonces siempre me quejaba de mi sobrepeso, de mis piernas, de mis posaderas... Sentía que todo estaba por ordenar y colocar. La verdad es que nunca me he visto bien. Nunca no he dado cuenta de lo bien que estaba cuando estaba. Y me pregunto si ahora me está sucediendo lo mismo y un día, viendo una foto de hoy, me diré a mí misma que no era capaz de celebrar lo bueno que tengo en este momento y lo valoraré justo cuando ya se fue. Me pasa en otras cosas de la vida. Recordar embellece el instante vivido mientras que cuando lo vives te pierdes fácilmente en la experiencia... Si la disfrutas te sueles dar cuenta después y si sufres, sueles agrandar el dolor y en el mismo presente cuesta relativizarlo. 
También me sonrojo al pensar que en mi mente vivo ese momento como si hubiera sucedido ayer y en cambio ha pasado tanto tiempo que Eva, que en la foto es una niña, se ha convertido en una mujer. Ese verano fue especial y... no me di cuenta. En ese verano fui feliz y envuelta en mis tribulaciones no lo sabía.

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