CUESTIÓN DE TIEMPO


Silvia Díez www.silviadiez.com
A Marta le encantaba dar vueltas a las cosas... Era su vicio

A Marta le encantaba dar vueltas a las cosas. Incluso a aquellas que ya no se podían cambiar. Era como un vicio. “¿Y si hubiera hecho esto en lugar de lo otro, ¿qué hubiera pasado?”. El "Y si..." era una de sus preguntas favoritas. Había otras. Porque a una pregunta siempre le seguía una nueva que quedaba también sin contestar. Era un bucle sin fin.
Le costaba decidirse, tal vez porque en cada decisión creía que se cerraban un montón de caminos que antes estaban abiertos. No se daba cuenta que cuando una puerta se cierra, se abren otras al mismo tiempo. 
Una de las preguntas que siempre estaban ahí era qué habría sido de ella si hubiera crecido sin salirse del marco habitual en el que imaginaba seguían encuadradas sus compañeras del colegio, aquellas que había dejado en su pueblo natal.  
Sentía que había muchas vidas más sencillas que la suya. Personas que se conformaban, que vivían una existencia plácida sin sobresaltos ni altibajos. A veces envidiaba a esos hombres y mujeres que habían encontrado cierta estabilidad en esas vidas que, paradójicamente, ella juzgaba también como aburridas. 
Mientras seguía con sus tribulaciones, su gato le empujó la mano para que le acariciara la cabeza y ella lo hizo dejándose invadir por la agradable sensación que le producía el tacto de su sedoso pelo escurriéndose entre los dedos. Había un secreto para escapar de la mente: no temer mostrarse vulnerable, abrazar el miedo y entregarse. Estaba enamorada de esos momentos en los que dos almas se encuentran y se muestran auténticamente sin disimulo. Ese momento en que dos personas se confiesan sus temores más profundos, cuando se desvela todo aquello que está detrás de la cortina del escenario de la vida, cuando se va más allá del rol. Estaba convencida de que para vivir era necesaria una mínima conexión con ese backstage al que se suele dar la espalda, porque uno no siempre se siente digno ante él. 
Sin embargo compartir ese mundo interior de sentimientos y esas emociones era para ella una necesidad tan básica como el comer, respirar o dormir. Se daba cuenta que no era la única. Pocos se atrevían a practicar este ejercicio de sinceridad con uno mismo y con el otro. No había tiempo, se decían, cuando ese era el auténtico tiempo.


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