EL PODER DE LOS NIÑOS
Esa misma noche a Sara le había subido la fiebre y cuando sus padres fueron a arroparla se la llevaron a su cama para vigilarla más atentamente. Entonces sus más terribles temores se confirmaron:
-Yo no aguanto más le dijo Ada a
Beshim. No quiero que estés más conmigo por obligación. Siento que no me
quieres, que nosotros no significamos nada para ti y, aunque no sé cómo
arreglarlo ni qué salida tengo, no puedo continuar fingiendo que no pasa
nada.
Sara no se atrevía ni a respirar
para que sus padres no descubrieran que estaba despierta y que les estaba oyendo mientras hablaban entre susurros.
–Antes de traerte aquí, yo ya te confesé muchas veces cuáles
eran mis sentimientos, y estos no han cambiado. Tú aceptaste venir conmigo a pesar de todo. Querías como yo que Rashim y Sara crecieran con sus padres juntos y que la distancia no les impidiera estar
conmigo. Por entonces Kosovo tampoco era el mejor lugar para que ellos… Creíste que podrías cambiarme. Yo también he
intentado amarte de nuevo, te cuido, hago todo lo que está en mi mano para
que esteis bien... Pero no puedo hacer más. Siento mucho que te sientas herida y rechazada.
Sara no podía
creer que su padre y su madre no
se amaran.
–Tú no estás aquí. No sé donde
estás, pero aquí, a mi lado, a nuestro lado no estás. Te evades constantemente. Es como si te desconectaras de lo que te rodea. Estás en casa como un robot, como un zombie. ¡No me ves!
-Esto tiene que acabar. Yo creía que os estaba haciendo un bien, pero sólo te hago más daño. Mañana...
Sara temblaba y entonces abrió los ojos. Sabía que con ello detendría el tiempo y saldría de la oscuridad en la que estaba presa. Si abría los ojos distraería el dolor originado por las palabras que había oído. Su universo se tambaleaba. “Papá dile que no es verdad, papá dile que la quieres. Papá, por favor, haz algo”, suplicaba con su mente.
Comentarios
Publicar un comentario