EL PODER DE LOS NIÑOS

Con tan sólo seis años Sara se había convertido en la gran protectora de su madre. La veía desesperada y fuera de sí. Ella era una niña, pero sentía que sus padres la necesitaban y, con la ingenuidad propia de la infancia, estaba convencida de que tenía el poder de cambiar el rumbo de las cosas. No era consciente de sus limitaciones. O tal vez ella estuviera en lo cierto y este poder siga en nosotros siempre, aunque lo hayamos olvidado como hacemos con otros dones que no aprovechamos "porque ya somos adultos". Sara los sentía en su interior y como todos los niños percibía lo invisible. Sabía que tenía que actuar porque su madre estaba a punto de romperse. La miraba con sus ojos redondos de niña despierta y le decía sin pronunciar palabra: "Madre yo te sacaré de aquí. No te preocupes de nada, yo estoy aquí". Esa misma noche había soñado que era una chamana. Su abuela había llegado a sus sueños y le había susarrado al oído: "Sara no te preocupes, tú eres una chamana, tú tienes el poder de hacerlos entrar". "¿De hacerlos entrar dónde?", le había preguntado Sara a su abuela en el mismo sueño. Pero la abuela se había limitado a acariciarle el pelo con la mano antes de que su figura se difuminara a lo lejos. 
Esa misma noche a Sara le había subido la fiebre y cuando sus padres fueron a arroparla se la llevaron a su cama para vigilarla más atentamente. Entonces sus más terribles temores se confirmaron: 
-Yo no aguanto más le dijo Ada a Beshim. No quiero que estés más conmigo por obligación. Siento que no me quieres, que nosotros no significamos nada para ti y, aunque no sé cómo arreglarlo ni qué salida tengo, no puedo continuar fingiendo que no pasa nada.
Sara no se atrevía ni a respirar para que sus padres no descubrieran que estaba despierta y que les estaba oyendo mientras hablaban entre susurros.
–Antes de traerte aquí, yo ya te confesé muchas veces cuáles eran mis sentimientos, y estos no han cambiado. Tú aceptaste venir conmigo a pesar de todo. Querías como yo que Rashim y Sara crecieran con sus padres juntos y que la distancia no les impidiera estar conmigo. Por entonces Kosovo tampoco era el mejor lugar para que ellos… Creíste que podrías cambiarme. Yo también he intentado amarte de nuevo, te cuido, hago todo lo que está en mi mano para que esteis bien... Pero no puedo hacer más. Siento mucho que te sientas herida y rechazada. 
Sara no podía creer que su padre y su madre no se amaran. 
–Tú no estás aquí. No sé donde estás, pero aquí, a mi lado, a nuestro lado no estás. Te evades constantemente. Es como si te desconectaras de lo que te rodea. Estás en casa como un robot, como un zombie. ¡No me ves!
-Esto tiene que acabar. Yo creía que os estaba haciendo un bien, pero sólo te hago más daño. Mañana...
Sara temblaba y entonces abrió los ojos. Sabía que con ello detendría el tiempo y saldría de la oscuridad en la que estaba presa. Si abría los ojos distraería el dolor originado por las palabras que había oído. Su universo se tambaleaba. “Papá dile que no es verdad, papá dile que la quieres. Papá, por favor, haz algo”, suplicaba con su mente.

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