El tiempo. El tiempo es todo lo que tenemos. Intangible y a la vez visible en cada gesto, en las arrugas de cada rostro, en el cuerpo que se ablanda, que se curva... ¡Bendita memoria que nos permite viajar a través de los años recuperando lo vivido! Si no fuera por ella, ¿qué sería de nosotros? ¿Qué sería de mí hoy que siento haber vivido lo mejor que había reservado para mí en esta vida? Pero esta nostalgia de lo pasado no es nueva. Como me decía el Dr. Devroede, debe ser una melancolía sistémiva, porque recuerdo con tan sólo cuatro años ya lamentaba no tener la capacidad de congelar los buenos momentos y detenerme en ellos para siempre o al menos a voluntad. Me negaba a aceptar que estos una vez saboreados o no, se desvanecen inexorablemente para siempre. El tiempo es como un río que nos arrastra hacia la muerte, hacia lo desconocido, hacia ninguna parte y escribir me consuela. Es mi forma de construir diques para recoger esos instantes de la vida que siento que...
Precisamente hoy estaba leyendo un libro con un párrafo en el que el autor dice que gracias a la meditación descubrió que cuando detenía la atención sobre alguno de los pensamientos que le surgían durante la "sentada", aquellos se desvanecían. Y que ello fue definitivo para dejar de poner la confianza para gobernar la vida en algo tan volátil.
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