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UN PASEO POR EL CIELO

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Esta noche, como otras tantas noches últimamente, no podía conciliar el sueño y me has venido a la cabeza. No es algo nuevo. Me acompañas siempre. Pronto hará un año que te fuiste y muchas partes de mí que tú nutrías y mantenías vivas siguen huérfanas y yermas, pero me sigues susurrando al oído continuamente lo que te viene como cuando estábamos juntas, esté donde esté, en cualquier momento y en cualquier circunstancia. A veces resulta de lo más surrealista, como si tuviera otro yo que me observara des de lejos para darme una nueva perspectiva de mi vivencia. Lo haces con esa ironía que te caracterizaba y esas ganas de encontrarle la punta a todo con esa parte de niña traviesa y gamberra que siempre estaba presente en ti -¿Has visto ese tío? ¡Qué feo!  -Silvita, nena, se te está pasando la vida detrás de la pantalla del ordenador y ahí fuera está la preciosa primavera. ¿Esta también te la vas a perder? ¿Te acuerdas de cuando no venías a la playa con Sara y conmigo porque tenías traba

SOBONFU SOME UNA DE LAS VOCES MÁS ESCUCHADAS DE LA ESPIRITUALIDAD

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Sobonfu Somé es una de las voces más escuchadas de la espiritualidad africana y acaba de dejarnos. Os dejo esta entrevista realizada para Cuerpo Mente después de compartir con ella una preciosa noche en Barcelona.  Su cuerpo aún arrastra las consecuencias de la desnutrición que vivió de niña en Burkina Faso, el país africano donde nació. Pero ella está convencida de que no podía haber crecido en un lugar más rico, porque la sa- biduría de su pueblo nutre y llena el alma de sus miembros. Sin perder el sentido del humor que la caracteriza, Sobonfu Somé dedica su vida a en- señar las tradiciones y rituales de su tribu, los dagara, para contribuir a sanar las relacio- nes y mejorar el bienestar de las personas.  Su nombre significa guardiana de los rituales y, como predijeron los sa- bios de su tribu cuando era ni ña, se ha convertido en una de las voces más escuchadas de la espiritualidad africana, lo cual implica para ella la escisión de vivir entre dos mundos que int

EL PODER DE LA TERNURA

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Hace unas semanas nació un bebé en mi familia. Es una niña. Pero estuvo ingresada varios días en la unidad de cuidados intensivos para recién nacidos del hospital. Cuando me acercaba a verla y la encontraba en el nido rodeada de bebés -muchos de ellos minúsculos- luchando por sobrevivir, me invadía una inmensa ternura. No era la única. Contemplaba los rostros de las personas que estaban alrededor y cada uno transmitía a esos seres acabados de llegar a la vida fuerza para que siguieran adelante. Esas miradas llenas de amor desinteresado y puro, ese deseo de bienestar hacia ese otro ser, sin buscar nada a cambio, parecían atravesar todas las barreras ayudándolos a transitar la soledad de la incubadora, la soledad inherente a la existencia misma.          Así es la ternura, la columna vertebral de la vida, su sustento. Somos hijos de la ternura a pesar de no recordar siempre claramente la mella que cada uno de sus gestos produjo en nosotros. Si alguien no hubiera depositado en nosot

NO ESTOY SOLO

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Miguel la miró y acarició la melena rubia de su nieta como si estuviera pudiendo tocar el paso del tiempo y el misterio que encierra, su poder para transformar los rostros, los cuerpos, las familias, las sociedades, el mundo. En las yemas de sus dedos podía sentir el pulso de todas generaciones que habían podido proporcionar ese atractivo tono de cabello, esa sonrisa maravillosa y abierta que adoraba... Cuando la miraba veía a su mujer, veía a su hija, se veía a él.  -¿Dónde está mi madre?-, preguntó la adolescente que tenía prisa. -Se la han llevado a hacerle unas pruebas, ya no tardará. Está muy cansada, ha perdido sangre, pero se recuperará pronto. -Abuelo, me gusta este niño. Me da buen rollo. ¿A ti qué te parece? -A mí también me gusta. Me gusta mucho. -Tengo ganas de contarle historias, de llevarlo a jugar al parque, de perseguirlo… Ahora es aún un bastante aburrido. -Tengo tan vivo el día en que naciste que no entiendo cómo han podido pasar tan rápidamente, sin

TESOROS ESCONDIDOS

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En vez de buscar la felicidad –una meta– conviene sacarle jugo a lo que va llegando. Disfrutar del trayecto más que de alcanzar un destino. Hay personas que han desarrollado esa preciosa capacidad de amar y abrazar el presente sea cual sea la cara que muestre. Permanecen en él sin intentar cambiar nada pero aportando lo que pueden. Aceptar la incertidumbre y asentarse en ella es la única forma de traspasarla.  Tengo una amiga que posee una confianza ciega en la vida que para muchos no tendría justificación. Es madre de dos hijos gemelos, uno de ellos con parálisis cerebral. Los ha criado sola porque su marido la abandonó y poco después falleció. Cuando eran pequeños pidió ayuda a los servicios sociales y en un momento dado se la quitaron. Me cuenta: «Salí de los servicios sociales y mirando al cielo dije: ‘Gracias por evitar que me siguiera conformando con esta miseria. Id pensando en algo porque yo me voy a desayunar y con eso me gasto todo el dinero que me queda’. Al terminar el ca

HUIR HACIA LA NADA

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Contemplaba el bebé embelesado. No se atrevía ni a respirar para así congelar mejor ese momento en su memoria, en su corazón, en su cuerpo... Guardar todas las sensaciones, imágenes y pensamientos que despertaba. Observaba cada detalle de su piel blanca y fina. Una piel que, sin haberla tocado, se adivinaba suave, demasiado sensible y sin ninguna protección. Tenía unas piernas muy delgadas que quedaban dobladas como un renacuajo creando unos dulces y atractivos pliegues, unos surcos llenos de frescor. Le fascinaba el perfecto dibujo de sus ojos almendrados, sus largas pestañas siendo todo él tan pequeño y sin aún haber visto nunca la luz del sol. Gesticulaba con la boca poniendo los labios en forma de beso mientras dormía plácidamente en la cuna del hospital. Se moría de ganas de acariciar esos piececillos, tan perfectos. Ahora parecía imposible pensar que irían deformándose con el paso del tiempo y el peso de andar por la vida: juanetes, duricias, callos... Ahora en cambio las uñas